Magnitud de coral


El centro del Golfo de Batabanó presenta un aplanado fondo de lodo, que propicia una gran pluralidad de maravillosas especies y numerosa población de peces que coexisten en toda esa zona de arena y arcilla de poca profundidad.
A las asignaturas dedico muchas horas de estudios. Aún no he cumplido los 15 años de edad y estoy evitando que me regresen a mi casa. Una suspensión de una asignatura podría ser el motivo. Estoy perfectamente consciente que los estudios me pueden dar la oportunidad de permanecer en la escuela, aunque una profesora muy joven, Blanquita, me consiente las llegadas tarde al aula. Me consiente porque jamás obtuve una nota reprochable en las pruebas de gramática. Es un encanto no solo por su belleza física sino además por su amabilidad y sencillez.
—Cuando vayan a realizar las prácticas, yo seguiré con ustedes impartiendo mi asignatura —así nos prometía frecuentemente.
Con la llegada de un nuevo día recibimos también la buena nueva. Se corre la noticia de que nos tienen una sorpresa. Hemos concluido la etapa de preparación teórica. Anonadado con el esplendor de esta ciudad marina y envuelto en la contemplación de los cocoteros no me percato de la presencia del director de la escuela. Sus palabras me sustraen del abismado:
—¡Compañeros! ¡Compañeros! Muchachos. Atiendan acá: el Departamento de Capacitación del Instituto Nacional de la Pesca nos orientó seleccionar a los alumnos con mejores resultados docentes para iniciar las prácticas de marinería en Cayo largo del Sur. Allí van a superarse. Con ustedes también viajarán los profesores de las asignaturas técnicas.
Muchos de nosotros no conocemos de cerca las riquezas, las perspectivas y los secretos del mar, aunque nos criamos en la costa. Por eso la noticia penetró con satisfacción en cada uno de los 42 corazones.
— ¡Caballero, recojan que nos vamos!
La voz recorre las ocho plantas como un rayo de luz.
— ¡Recojan que nos vamos!
El ómnibus que nos conducirá hasta el Surgidero de Batabanó espera por nosotros. En la recepción del edificio 54 se destaca la foto de Carlos Adán Valdés y un almanaque con un buque pesquero donde se marca el día 9 de octubre de 1968.
Las amistades que habíamos hecho en La Habana del Este ahora están alrededor del ómnibus para darnos la despedida. Nos intercambiamos algunos objetos como muestra de cariño. Nos despedimos de las muchachas y los muchachos en medio del mayor entusiasmo
Partimos hacia el Surgidero de Batabanó buscando el suroeste. Recorremos un largo tramos de frondosa vegetación y maravillosos paisajes de grandes alamedas... Cincuenta y cinco minutos más tarde dejábamos a la izquierda el pueblo de Batabanó.
Pasada las diez de la noche hicimos nuestra ruidosa entrada a la pequeña comunidad pesquera, aún envuelta en los sonidos de una demarcación que está de fiesta; con plácidos olores a comidas marinas, a lechón asado y a cerveza. Percibimos la fragancia del mar, el efluvio de los barcos y la humedad características de las costas cenagosas. Todas estas emanaciones de las costas forman una gran armonía con las bellezas y encantos del Surgidero. La naturaleza ha favorecido sus terrenos comúnmente llanos y muy fértiles, con los ríos Santa Gertrudis, San Felipe, San Juan, Pacheco y Guanabo.


Transitamos lentamente por las calles del Surgidero. Apreciamos la emblemática iglesia y el hotel Dos Hermanos desde donde se escucha el golpeo suave del oleaje contra el espigón. El aire, fresco y agradable, riza las suaves olas que se deslizan y besan el espigón…
El Surgidero tiene una rica historia, como todos los poblados de pescadores de Cuba.
Como nosotros, pero durante un caluroso día de junio de 1492, Cristóbal Colón navegó con las tres famosas carabelas hasta el entonces desconocido Golfo de Batabanó, indiscutible puente entre el Surgidero y la Isla de Pinos.
A diferencia de nuestro grupo, el almirante observó una amplía población indígena amante de la caza y la pesca y que llamaban originariamente a estos parajes como Matamanó (como señal de perdón a los españoles para que no los mataran), aunque algunos estudiosos se inclinan por el nombre de Bataguanó, que significaba la residencia del Cacique…
Cuentan asimismo que esos habitantes eran experimentados agricultores y excelentes ceramistas. El Almirante Genovés admiró la verde vegetación compuesta generalmente por mangle rojo y una flora y una fauna muy virgen.
El puerto, fundando en 1688, ha tenido una marcada vinculación con los hechos históricos más importantes ocurridos en Cuba: la Guerra de 1868, las batallas libradas por el General Antonio Maceo, las consecuencias de la reconcentración de Weyler y las deportaciones hacia la Isla de Pino de José Martí, Evangelina Cossío Cisneros y Fidel Castro, este último junto con los demás combatientes.
Desde el Surgidero de Batabanó salen disímiles flotillas de barcos con destino a la Isla, Cayo Largo del Sur y el Golfo de Batabanó… Embarcaciones pesqueras, de pasajeros, cabotaje y de exploraciones marinas.
Se desarrolla en el área la extracción de la esponja y la captura de langosta, esta última denominada por sus atributos, características y propiedades como la Reina del Caribe o la Dama del Cristal.


En el Surgidero de Batabanó nos enrolamos en dos embarcaciones. Allí se nos une Blanquita y otros profesores.
— ¡Ven como cumplí mi promesa!
Todos los dimos un ¡Viva Blanquita!
Pronto trazaremos rumbo hacia Cayo Largo del Sur, situado en pleno mar Caribe, en el extremo oriental del archipiélago de los Canarreos. El Patao se nombra nuestro barco. Soltamos las amarras y poco a poco alcanzamos al otro barco que ha salido unos minutos antes que el nuestro. Ya entrada la madrugada lo perdemos de vista por la neblina.
Por doquier se pueden observar, con la ayuda de los relámpagos o los potentes reflectores, unos puntos oscuros en el horizonte. Son las cayerías. De vez en cuando aparecen las balizas que guían nuestro paso. El casco de El Patao, pintado de gris y blanco, se desliza por las tranquilas aguas del Golfo de Batabanó. Nuestra embarcación se levanta suavemente para después caer y provocarnos una sensación de mareo.
En popa, algunos tripulantes conversan sobre las fiestas que se desarrollarán en el puerto y en las que quizás no puedan participar. Me llama en extemo la atención lo que expresa uno de los tripulantes.
— Bueno, si no podemos disfrutar de las fiestas de Batabanó pues iremos al Festival de la Toronja en la Isla de Pinos.
Ni fiesta ni festivales nos hacen desviar de nuestro propósito: llegar a Cayo Largo del Sur. Poco a poco la tripulación fue a los camarotes y sólo queda en la cubierta del barco el timonel de guardia.
Una suave brisa comienza a soplar del norte. No se observa otra embarcación en el mar abierto.


Converso con el timonel, quien me comenta sobre las características de la zona y la existencia de variedades de corales. Dicen que son de extrema belleza y magnitud los arrecifes de María la Gorda, Cayo Campo, Cayo Blanco, Diego Pérez, Thaelmann y el Anillo de Cazones , todos en el Golfo de Batabanó.
El centro del golfo presenta un aplanado fondo de lodo, que propicia una gran pluralidad de maravillosas especies y numerosa población de peces que coexisten en toda esa zona de arena y arcilla de poca profundidad, a tal magnitud que al bajar la marea los buques de mucho calado quedan atrapados en el puerto.
En la medida que nos alejamos de la costa, las cayerías van desapareciendo de nuestra vista. La zona está compuesta por una parte de entero mar, hasta la plataforma insular, delimitada con una barrera de coral.
Me explican que a través de la inmensidad de manglares se distinguen numerosos ríos y lagunas que desembocan en la costa.
Se efectúa el cambio de guardia en el timón y el marinero saliente se retira para su camarote con la seguridad de no ser molestado hasta la salida del sol.
Los huesos los tengo adolorados y calados por el frío de la madrugada. Aún no he dormido y ya el cansancio se apodera de mí.
Uno de los estudiaste, desesperadamente alerta a la tripulación:
— ¡Caballeros! ¡Miguelón ha caído al agua! —se escucha una voz.
Se escuchan los comentarios, la incredulidad y las dudas:
— ¿Estás seguro de lo que dices? —se cerciora el patrón del barco que aún soñoliento se pone en pie.
— Sí, Miguelón estaba acostado aquí encima de esos sacos, al lado mío y sentí cuando cayó al agua.
— ¡Utilicen los reflectores! ¡Continúen girando en la misma trayectoria! ¡Preparen los salvavidas!— indica el patrón.
Pronto el reflector alumbra una palizada. Todos llaman al muchacho.
— ¡Ahí está! ¡Miren! — señala un alumno.
Falsa alarma. Es solo una boya.
— Hay que pasar un mensaje al otro barco y a puerto, pero antes volvamos a buscar — ordena el patrón.
Todo es inútil, parece que en ese rumbo no daremos con Miguelón. En los camarotes no queda nadie.
— ¡A babor se ve algo moviéndose!
La voz de alarma viene del timonel. El Patao comienza a girar. El patrón toma el timón y detiene la máquina.
— ¡Caballeros! ¡Caballeros! ¡Aquí, aquí estoy!
— Sí, allí está. ¡Aguanta! ¡Aguanta! ¡Allí está!
El reflector se dirige al lugar de donde viene la voz cansada. Ahí está Miguelón luchando contra las olas y nadando desesperadamente. Lanzan salvavidas al mar y pronto Miguelón está en cubierta rescatado de las aguas del Golfo de Batabanó en esta oscura madrugada
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5 Según Sergio González Ferrer, en Cuba se pueden encontrar tres tipos básicos de arrecifes coralinos: arrecifes bordeantes o frontales, arrecifes en forma de cresta o restingas y arrecifes sobre fondo blando o fangoso, mientras los arrecifes bordeantes o frontales son aquellos que se han desarrollado al borde de terrazas marinas (en Cuba conocidas como veriles) o al borde de la plataforma continental que rodea la isla (conocida como canto de Golfo).

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